Omán

Libro durante el viaje: «Cuerpos celestes», en la edición en catalán («Cossos celestes») (Jokha Alharthi)

«Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia». Pensé en esta famosa plegaria, atribuida a veces a Marco Aurelio en forma de aforismo y sin el «señor» delante, poco después de coger un taxi tras esperar únicamente cinco minutos a que me parara un coche haciendo autostop. Fue justo al salir de mi hotel el primer día en Mascate, para dirigirme hacia el centro de la ciudad.

Había pensado hacer toda mi ruta por Omán a dedo y esa forma de sabiduría que es la paciencia, claramente inexistente en mi, desapareció a los pocos instantes. Desapareció bajo la lluvia, eso sí, lo cual tampoco puede ser un atenuante ni menos un justificante. ¿Supe entender la diferencia de la que habla la plegaria? Seguramente no. ¿Fueron cinco minutos un tiempo suficiente? Rotundamente no. Tras eso, me sentí decepcionado conmigo mismo. Pero el error ya estaba hecho, y no por ello dejé de utilizar esa forma de moverme por el país en los siguientes recorridos. Sólo cuando lo vi factible. Después, sí, pude ir viendo esa diferencia, adaptándome a cada situación. Algo es algo.

Esa misma tarde, volví a hacer autostop para volver al hotel, y un coche paró a los pocos segundos. Pasé al otro extremo, a una satisfacción tal que me llevó a pensar que el viaje ya había valido la pena, porque había encontrado lo que más me motivaba al viajar a Omán: la hospitalidad de la gente. Y sólo llevaba unas horas. De nuevo, una reacción desmedida y exagerada. Fui a buscar la hospitalidad de la que tanto había leído, pero también más cosas, por supuesto. ¿Por qué decidí viajar al sultanato?

Un aspecto determinante a la hora de configurar la cosmovisión que tienen los habitantes de un país sería la geografía, en la que incluyo tanto su ubicación como sus accidentes y recursos naturales. Este factor influye en la creación de la identidad por cuanto muchos lugares han sido colonizados o invadidos o bien por su situación estratégica o bien por las riquezas de sus tierras. Fui a Omán para comprender su particular cultura: eminentemente árabe por supuesto, pero muy influenciada tanto por la de África oriental como por la del subcontinente indio. Por su ubicación, fue un punto clave en el comercio de esclavos, que traían de las actuales Kenya y Tanzania, y materias primas, intercambiando el incienso, del que es gran productor, con especias importadas desde las actuales India y Pakistán. De estos lugares actualmente todavía son la mayoría de inmigrantes, por sus salarios bajos. También configuró su identidad el hecho de que los persas dominaran el país durante varios siglos. Viajé a ese país porque quería saber por qué es el único del golfo Pérsico que no exhibe excesivo lujo. Y también quería ver de primera mano si era cierto lo que había leído: que era uno de los países más amables del mundo con los visitantes.

Fue un hombre, Ali Alhooti, que conducía a su casa pero se desvió 50 kilómetros para llevarme a un restaurante e invitarme a comer estofado de camello, el primero en pararme haciendo autostop. Habla, además de inglés y árabe, farsi, swahili, hindi y baluchi, un idioma pakistaní. Me explicó que los omaníes eran gente pacífica y definió a su pueblo como “corderos”. El ibadismo, una rama conservadora del islam que apuesta por lo modesto, tiene en Omán un estado propio, lo cual me parece fascinante, y también era un aliciente para conocer el país, el único del mundo donde ni los sunitas ni los chiítas son mayoría. ¿Es por ello que han conservado las tradiciones sin caer en los excesos de sus vecinos del golfo Pérsico? ¿Es así de fácil, la explicación es tan sencilla? No lo sé, pero quería verlo.  Omán, en situación de frágil y difícil neutralidad, tiene una relación cordial con Irán, algo que no hace ni pizca de gracia a Arabia Saudita.

Ali, de 40 años, me explica que su mujer, a la que conoció en Singapur, y su hija, murieron en un accidente de tráfico. Trabaja en la empresa de su padre, pero quiere establecerse por su cuenta, con un negocio propio en uno de los sectores estrella del país: el automovilístico. No se concibe no tener coche aquí. También busca novia porque, según me cuenta, «se aburre». El sultán Qaboos, venerado casi como un dios en este país, sacó a Omán de la edad media. Pero no todo es de oro (negro) en el país: Ali se queja de que hace poco, con 10 euros llenaba el depósito del coche. Ahora necesita el doble, tras el aumento de precio del petróleo. Su dependencia es un arma de doble filo. El 80% de los ingresos del gobierno proceden de este hidrocarburo y cuando los precios fluctúan, afecta al país. Además, los jóvenes se quejan de que no tienen trabajo, con lo que cual se ha promovido mucho la educación gratuita, también la superior. En otro trayecto en autostop, tres días después, un joven que estudia empresariales me explica que ese día la universidad estaba cerrada porque se preveía lluvia. Cayeron cuatro gotas.

Tras disfrutar de Mascate, con su magnífica corniche de casas con balcones con decoraciones de madera y mezquitas y su zoco, me desplacé hasta Nizwa, una interesante ciudad dos horas al suroeste. En esa región abundan las casas de adobe, la mayoría de las cuales están destrozadas y abandonadas. Es una pena. A la gente le sale más barato construir nuevos edificios que rehabilitar los que ya están hechos con ese material, mucho más frágil con las lluvias. El gobierno, eso sí, ha reconstruido muchos de los fuertes y castillos que abundan en el país, como el de Bahla, declarado patrimonio mundial por la Unesco y a donde me lleva un camionero indio. El país está lleno de estas edificaciones. Los portugueses construyeron muchas torres de vigilancia en la costa; los fuertes del interior sirvieron durante muchos años en las guerras entre los sultanes y los imanes, que tuvieron lugar durante varios siglos, antes de la llegada de Qaboos al poder.

Paso dos días en Nizwa y me desplazo hasta Wahiba sands, el enorme desierto que llega hasta el Yemen. Quiero hacerlo en autostop, pero para el primer trayecto cojo un taxi, puesto que casi todos los coches se dirigen a Mascate y yo no voy en esa dirección. Ahmed, el conductor, es un cachondo. Le pregunto sobre su vida como taxista y acabamos hablando sobre su actividad sexual. Me tiene intrigado cómo puede un hombre de 60 años y cuatro mujeres manejarse como él dice que lo hace.

-¿Usted ha sido taxista toda su vida?

-No, solo desde hace pocos años. Antes fui militar. La guerra entre los imanes y el sultán duró hasta 1975.

-¿Y usted cuando se unió al ejército?

-En 1976.

Me río. «Es usted un tipo listo», le digo. Él también ríe. Le sigo preguntando:

-¿Está usted casado?

-Sí, con cuatro mujeres. Lo máximo que permite la ley.

-Claro, cinco serían demasiadas- le replico

No pilla mi ironía.

-¿Y cómo las satisface a todas? Si no lo consigue, ¿se pone alguna celosa? ¿Cómo se organiza, una diferente cada día y el viernes, que es la fiesta musulmana, descansa?

-No, no. Las cuatro cada día. Quizás con alguna no, pero ésta no se enfada.

Me apeo y sigo mi ruta en autostop. Un trayecto que sería de hora y media lo hago en cuatro porque Saib, que me recoge, en un momento dado se desvía, monta la sisha y se pone a fumar tranquilamente. En otro momento, vuelve a desviarse hacia una mezquita para rezar.

Llego a las dunas de Sharqiya, un paraje magnífico, aunque por la noche no puedo disfrutar de las estrellas porque está nublado. Con todo, lo que más me gusta del país a nivel natural son los wadis, unos oasis situados en valles, especialmente espectaculares cuando se encuentran en cañones encajonados entre altas y rectas paredes montañosas. Visito los de Beni Khalid y, ya en la costa de nuevo, el de Wadi Shab, a hora y media de Mascate.

Allí quedó con Alí de nuevo, y recorremos el zoco juntos. Todo es tan plácido en este país que ni el lugar tiene el típico ajetreo de los bazares de los países musulmanes. Recuerdo entonces lo que me dijo el primer día sobre el hecho de que los omaníes eran «corderos». El sultán Qaboos, que gobernó durante casi 50 años, modernizó el país tras llegar al poder en 1970 con un golpe de estado contra su padre, lo cual tiene algo de tragedia griega. No hay rascacielos en Omán. Ese golpe de estado se hizo sin derramamiento de sangre.

2 respuestas a «Omán»

  1. Qué maravilla, este oasis de tranquilidad, de casi ruralismo, en medio de tanto lujo. Tuve ocasión de ir durante los 3 años que vivió allí un amigo y no me acababan de convencer sus palabras. Las tuyas lo han hecho y ahora me arrepiento..! Gracias por compartir!

    Me gusta

Deja un comentario