Serbia (galería fotográfica y avance editorial)

Llego al centro en bus desde el aeropuerto y destaco dos cosas, una que me sorprende y otra que no. La que no me sorprende es lo que ya me esperaba: Belgrado es una ciudad en la que se alterna la arquitectura brutalista de la época comunista, es decir, edificios monumentales de hormigón visto, con la arquitectura típica de Europa central, donde se incluyen algunos edificios modernistas. La que me sorprende, aunque no debería, es la gran cantidad de pancartas con consignas en contra de la OTAN, entre ellas fotos de niños muertos en Belgrado por el bombardeo de esta organización en el conflicto que se inició en 1998. El llamado Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) se enfrentó al ejército serbio (por aquel entonces, el país aún se llamaba República Federal de Yugoslavia, ya que la separación con Montenegro vendría después). Los carteles recuerdan a los niños asesinados por los bombardeos de la Alianza Atlántica como solución a ese “conflicto humanitario”, olvidando quizás que el gobierno de Milosevic provocó una persecución masiva de albaneses (se calcula que hubo hasta medio millón de desplazados) en una campaña de terror, asesinatos y violaciones que causó entre 3.000 y 13.000 muertos.

Recorro la ciudad a pie. Justo al salir del apartamento que he alquilado me encuentro con el templo de Sveti Sava, la iglesia ortodoxa más grande de todos los Balcanes y la segunda del mundo tras la catedral de San Isaac, en San Petersburgo. Su cúpula, con los característicos tonos dorados, es imponente. La visita principal de la ciudad, con todo, es la fortaleza, llamada Kalemegdan. Su arquitectura es sobria, pero más lo es su ubicación: no sólo está situada en la estratégica unión de los ríos Sava y Danubio, sino que se podría considerar, incluso, que se encuentra justo en la confluencia entre Oriente y Occidente. Popularmente se asigna este punto a Estambul, no solo por cuestiones culturales sino también geográficas: el Bósforo, al ser un río, contiene un elemento separador. Pero para Robert Kaplan, ese punto de conjunción, que más bien ha sido (y quizás debería decir “es”) de choque entre civilizaciones se sitúa en la fortaleza. Como escribe en Fantasmas balcánicos, “para los viajeros del siglo XIX, este promontorio suponía, literalmente, la frontera entre Oriente y Occidente: el sitio donde acabó el imperio de los Habsburgo y empezaba el de los turcos (…) Tengo la emocionante sensación de estar pisando una región limítrofe”. No en vano, Kalemegdan fue destruida 40 veces y en “la ciudad blanca”, que es lo que significa “Belgrado”, se libraron 115 batallas. Estambul se considera el punto donde confluyen este y oeste porque llegó a ser una de las capitales del Imperio romano y porque, tras varios siglos de cristianismo, con Bizancio, fue conquistada por los otomanos. Pero, si se piensa bien, tiene más sentido mover ese punto estratégico algo menos de mil quilómetros hacia el noroeste, ya que las batallas entre el Imperio austrohúngaro y el otomano se dieron allí, y es en los Balcanes donde más claramente se da esa unión (o lucha, depende de cómo, cuándo y dónde se mire) entre culturas y religiones.

La calle peatonal más conocida de Belgrado es Kneza Mihaila, flanqueada por edificios de finales del siglo XIX y principios del XX. La variedad arquitectónica es muy interesante: casas modernistas, neorrenacentistas, historicistas o neoclásicas se alternan de manera equilibrada. Miles de personas pasean por ella y varios grupos de músicos gitanos le ponen la banda sonora. Son de un perfil parecido: cuatro o cinco con instrumentos de viento y uno que toca el bombo. Enfilo la calle hacia la plaza más popular de la capital, llamada de la República, y me encuentro a una de esas bandas descansando. Me acerco al de la trompeta para preguntar si les puedo fotografiar y, antes de que pueda abrir la boca, me pide, en alemán, cinco euros para tabaco. Le digo que no tengo nada. Baja su petición a tres. Me alejo. Se ponen en marcha y pasan por delante de los dos únicos músicos en toda la calle que no están tocando folklore balcánico: dos violinistas que interpretan un vals. El trompetista pasa por delante y los acompaña con algunas notas. Alguna no es acertada, ya que ha sacado la melodía de oído, pero aun así me parece una imagen divertida.

En el lado opuesto, veo un grupo de jóvenes que han montado un par de mesas. Detrás, una lona con la bandera de Kosovo y una frase que no entiendo. Me acerco a ellos y les pregunto. La frase significa “No nos rendiremos”. Están recogiendo dinero para ayudar a las víctimas infantiles en Kosovo. Lo hacen vendiendo chapas con el símbolo de los chetniks, organización guerrillera, nacionalista y monárquica serbia que luchó contra los países del Eje (Hungría, Bulgaria, Italia y la Alemania nazi) en la Segunda Guerra Mundial, además de camisetas con la cara de su fundador, Dragoljub Mihailovic, y de nada menos que el general Ratko Mladic, que fue acusado de crímenes de guerra y genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia (TPIY) en La Haya por el asedio a Sarajevo, en el cual murieron más de 10.000 personas, y por la masacre de Srebrenica, el mayor asesinato en masa cometido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Ordenó atacar la capital bosnia con estas palabras: “Coronel Vukasinovic, apunte a los barrios musulmanes, ahí no hay demasiados serbios. Bombardee hasta que estén a punto de volverse locos”. Limpieza étnica en toda la regla.

(el artículo completo aparecerá en mi siguiente libro)

2 respuestas a «Serbia (galería fotográfica y avance editorial)»

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