El tren en la India

Como excepción, en esta ocasión no dedico un post a ningún lugar en concreto. Lo dedico a muchos y a ninguno en particular: el tren en la India, todo un mundo aparte, un país entero sobre raíles, con su movimiento, su complejidad, sus diferencias, sus avances y sus leyes propias.

 

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El tren transporta a diario a casi 20 millones de pasajeros en un país de más de 1000 millones de habitantes. Es un sistema tan difícil de entender como el propio país, donde desde hace miles de años un complicado sistema de castas, religiones y creencias configura los aspectos sociales y económicos del subcontinente. El tren es, a proporción, una representación de todo ello. Y, como el propio país, es algo imprevisible.

De poco sirve planificar un trayecto en tren, empezando por la estación central de Delhi, donde algunos estafadores te dirán que la oficina oficial para comprar los billetes dedicada exclusivamente a los turistas está cerrada, para que así vayas a una agencia de viajes (suya, de un familiar o de un amigo) a comprar el ticket. Por supuesto, esto es mentira, la oficina no está cerrada. A continuación tienes que ir a otra ventanilla, comprobar si el trayecto que quieres hacer tiene disponibilidad, llenar un formulario indicando los billetes que quieres adquirir, hacer una cola de no menos de una hora y luego que te atienda un burócrata que a lo mejor te dará un ticket diferente al que le has pedido. Y esto solo es el principio. Lo dicho, la organización sólo destinada a comprar un billete es una representación de cómo funcionan a nivel general las cosas en la India.

IMG_1372Sala de espera de la Estación central de Nueva Delhi

 

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Estación Chhattrapati Shivaji (Antigua estación Victoria), de Mumbai. Patrimonio de la Humanidad.

En las pantallas aparecen y desaparecen trenes como por arte de magia, indicando a veces que uno viene con más de tres horas de retraso (que puede parecer normal si el trayecto dura en total más de 15 horas). Que venga el tren para el que has comprado el billete a la hora prevista es muy improbable. Que te subas a otro tren y acabes llegando al destino es posible.

En los andenes, familias enteras esperan tumbadas en el suelo rodeadas de enormes fardos. Los vivísimos colores de los vestidos de las mujeres contrastan con metal y las piedras de las vías y de los vagones, creando unos contrastes muy bellos. Un contraste que se da también entre los trenes viejos y el  «Maharaja Express», uno de los más lujosos del mundo. Cuando ambos están estacionados son dos realidades paralelas que, por definición, no se cruzan.

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Ya dentro, el desfile continuo de personajes es todo un espectáculo, surrealista a veces, deprimente en otras, curioso de ver siempre: vendedores de lentejas (dhal) que transportan la comida en cubos, niños pequeños de rodillas limpiando el suelo a cambio de unas monedas, ciegos y discapacitados pidiendo dinero, algún que otro asceta ofreciendo bendiciones y la joya de la corona de esta «parada de los monstruos», los travestis que, entre risas de la gente y un chantaje evidente, exigen unos billetes para evitar que te echen un mal de ojo… los pasajeros se cachondean pero acaban soltando el dinero, y es que la superstición en este país pesa mucho.

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El tren en la India es un microcosmos, una representación a pequeña (es un decir) escala de lo que es el país, un sistema complejísimo de creencias y estratos sociales marcados por la tradición, el origen, la familia, la religión y el oficio. Una metáfora que transporta, y no podía ser de otra manera, a un universo que viaja a dos velocidades y que abarca desde los más ricos hasta los intocables, la casta más baja. Y que, como las vías, discurren paralelas hasta que, de vez en cuando, se cruzan. Y es entonces, cuando se da ese choque, que se definen. Se hacen visibles, se perfilan, lo cual no quiere decir, como muchísimas cosas en la India, que se comprendan.

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4 respuestas a «El tren en la India»

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