Nietzsche y el viaje

«Suben al monte como animales, bestialmente, empapados en sudor: nadie les ha dicho que a lo largo del camino pueden contemplarse vistas muy hermosas». Esta afirmación seguramente la podría haber firmado cualquiera de nosotros en alguna excursión que hayamos hecho recientemente. Es una frase de rabiosa actualidad. Probablemente muchos de nosotros hemos pensado lo mismo en alguna ocasión, al observar a senderistas, excursionistas, turistas…andar con el único objetivo de llegar, valga la redundancia, al objetivo final. Pues bien, esta sentencia es el aforismo 202 del libro «El caminante y su sombra» de Friedrich Nietzsche (1844-1900), pensador alemán en cuya obra siempre encontramos, aquí y allá, comentarios sobre viajes. Se dice que, de hecho, Nietzsche cuestionó parte de su filosofía, y su forma de ser, en su primera visita al extranjero, que fue también su primer viaje a Italia, tierra admirada. Fue en otoño de 1876, cuando pasó unos días en Sorrento. Las reflexiones de Nietzsche sobre el viaje, prolijas en su bibliografía, contienen en esencia y en gran parte los fundamentos del mindfulness (la cita que encabeza este post es un claro ejemplo de ello), invitando al lector a reflexionar sobre el viaje no como la persecución única de objetivo  (lo que llamaríamos, en palabras actuales, el «must» del viaje) sino como una secuencia donde cada momento cuenta: el desplazamiento, los detalles… todo conforma aquello que vamos a ver, no solo lo que se supone que «hay que ver». Los aforismos sobre el viaje que hace Nietzsche, además de tratar, en otras palabras, lo que hoy nos referimos como «atención plena», también son reflexiones profundas especialmente cuando menciona la naturaleza: su amoralidad y el papel del hombre ante ella: «Nos agrada la neutralidad de la naturaleza (en el monte, el mar, el bosque y el desierto), pero sólo por poco tiempo: pronto nos impacientamos y pensamos: “Entonces, ¿todo esto no quiere decir nada?¿No existimos para todo esto?”. Nace en nosotros el sentimiento de un crimen laesae majestatis humanae«. ¿Quién no ha sentido algo parecido? Quizás todo el mundo, aunque no lo sepan, aunque no lo hayan verbalizado.

Este aforismo, el número 205 del citado libro, nos hace pensar, de forma brutal, sobre quienes somos y sobre nuestro supuesto papel central en el mundo. Pero que nos «relativice» ante la neutralidad de la naturaleza no es algo negativo. Al contrario, ésta es un medio para encontrarnos a nosotros mismos: «Después de ese gran hastío, desaliento y aburrimiento que genera, por necesidad, una soledad sin amigos, sin obligaciones y sin pasiones, cosechamos, como compensación, un cuarto de hora del más profundo recogimiento en nosotros mismos y en la naturaleza. Quien se aleja totalmente de la naturaleza, se aleja también de sí mismo: jamás podrá beber el agua fresquísima que emana de su fuente más íntima». Este es otro aforismo, bellísimo, de «El caminante y su sombra» (1880). Seguramente quien ha escrito mejor en términos parecidos es Thoreau, si a caso quien ha definido de forma más acertada lo que a nuestra manera quiero tratar y, por qué no, reivindicar, en este blog: la huida a la naturaleza no es una desconexión. Esto sería una huida de nosotros mismos. Acudir a la naturaleza es justo lo contrario.

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