Sudán

Lectura durante el viaje: Época de migración al norte (Táyyeb Sáleh)

Leí en algún lado que Sudán es uno de los países que más respeto imponen antes de visitarlo, pero que de los que más tristeza provoca al tener que partir. Lo primero es lógico. Lo segundo, lo vives una vez estás allí.

La reputación del país está salpicada por las diferentes guerras que ha sufrido en los últimos años: a la contienda civil, que empezó en 1983 y que enfrentó al norte musulmán contra el sur cristiano y animista hasta el 2005, se solapó el conflicto en Darfur, en el oeste del país, desde el 2003 y hasta el 2009. Precisamente esta guerra de guerrillas, en el que el gobierno del país fue acusado de oprimir a las minorías no-árabes, simboliza perfectamente la imagen que proyecta un país considerado un punto de unión entre el mundo árabe y el subsahariano. ¿Por qué? Pues porque, también antes de partir, casi nadie sabe que Sudán es el país del mundo con mayor número de pirámides, y que incluso una dinastía de faraones de allí, en el siglo VIII a.C., gobernó el antiguo Egipto. La historia del país se escribe prácticamente a partir del siglo VIII de nuestra era, con la llegada del Islam, y lo anterior, incluyendo su legado egipcio, parece enterrado como los templos bajo la arena del Sahara, o como los poblados nubios bajo las aguas del Nilo.

Pirámides de Meroe

Quizás algo menos, pero también, la burocracia necesaria para visitarlo impone bastante. De hecho, como las normativas cambian a cada momento, nadie sabe realmente qué permisos se necesitan, además del visado preceptivo. Se supone que es necesario registrarse en la oficina de inmigración al llegar, algo que no se acaba de entender ya que en el aeropuerto ya se hace un trámite parecido, a partir de una carta de recomendación que es obligatorio llevar. Yo no lo hice porque, según me dijeron, este registro de entrada puede ser sustituido por uno de la salida, que debe hacerse el día que se parte. En mi caso, lo conseguí en una caseta con un rótulo sólo en árabe, al lado del aeropuerto, y donde sólo había un policía aletargado. Además, es obligatorio sacarse un permiso de visita para viajar por el país (que tampoco conseguí porque al enterarme la oficina estaba cerrada), lo cual tampoco se acaba de entender ya que con el visado de turista se debería entender que se visita el país. Antes era necesario además un permiso para fotografiar, que por suerte suprimieron. Superada la mala imagen del país primero y la exasperante e incomprensible burocracia después, la visita a Sudán se convierte en una experiencia memorable.

Osman, de una agencia local, me explica que en el país es muy frecuente la «masoora», un término árabe que sirve para expresar la expectativa acerca de algo y la decepción que muy probable le sigue. Por ejemplo, cuando quedas con alguna persona y aparece mucho más tarde, o cuando alguien pone a la venta algo hablando maravillas sobre ello y luego el objeto en cuestión no se acerca a lo prometido. Lo veo por ejemplo en el mismo hotel donde estamos charlando, el Hotel Khartoum Plaza que, a pesar de lo rimbombante del nombre, no se libra de las paredes desconchadas y los continuos cortes en el suministro eléctrico. Porque los problemas de abastecimiento son sin duda una de los principales preocupaciones de la gente, junto con la inflación, que ha alcanzado el 1000% desde que una junta civil-militar gobierna el país, tras un golpe de estado que derrocó al dictador Omar al-Bashir en el 2019. Durante su mandato, que se prolongó 20 años, la gasolina estaba subvencionada. Los sudaneses, uno de los pueblos más afables y hospitalarios que he conocido nunca, que constantemte me interpelan con un «welcome» y me invitan a té o a comer en sus casas, no entienden que quiera visitar su país, del que tienen una imagen pésima. Preguntados sobre la posibilidad de unas elecciones democráticas, éstas les suenan tan lejanas, y les preocupan tan poco, como las maravillosas pirámides del imperio kushita que albergan. Esgrimen una versión local del «con Franco se vivía mejor» y les da igual quién les gobiernen mientras la gasolina vuelva a costar menos que el agua.

Sin el permiso de visita, pongo rumbo al norte en un mini bus, la forma más habitual de desplazarse entre ciudades. Como en el resto de África, no tienen horarios fijos: salen sólo cuando se llenan. No es raro que el tiempo de espera llegue a ser mayor que el del propio desplazamiento. Pero no eso no es problema para los sudaneses: se toman un té y charlan tranquilamente. Es un pueblo amistoso, de sonrisa continua y gran docilidad. Te dan la bienvenida, te preguntan con curiosidad y se ríen. Es increíble cómo un pueblo que ha sufrido tantas visicitudes, desde las diferentes conquistas que han padecido, empezando por los egipcios y acabando por los ingleses, hasta las guerras y golpes de estado, mantenga constantemente el buen humor.

Las primeras paradas de mi ruta serán para visitar los yacimientos más famosos del país, las pirámides de la época kushita, un imperio tan poco conocido como fascinante, que incluso llegó a gobernar el antiguo egipcio durante el siglo VIII a.C. Fueron apenas 70 años, en la dinastía XXV, cuando los llamados «faraones negros» tuvieron la difícil tarea de sostener un imperio, el egipcio, ya en horas bajas. La época de Kush se remonta al 1500 a.C, cuando primero fue un socio comercial pero luego fue anexionado por el antiguo Egipto, en la época napatea, 500 años más tarde. Su legado son las pirámides situadas en la actual Karima, además de varios templos, incluyendo el de Amón, uno de los dioses «importados». Los asirios hicieron retroceder este imperio, y la capital se situó en Meroe sobre el V aC, dejando otras pirámides, las más importantes del país. Más tarde, el imperio desapareció invadido por el reino de Axum, en Etiopía.

La ruta prosigue por la única carretera que va al norte, paralela al Nilo. Estoy un par de días en Nubia, donde la gente es más acogedora y hospitalaria si cabe. Me instalo en Abri, la principal ciudad de esta región tantas veces marginada por el gobierno sudanés. Los nubios, un grupo étnico diferenciado, con su propia lengua (que no se enseña en los colegios), siempre ha sufrido la discriminación de Jartum. Y, de hecho, hasta hace poco, estaba previsto un proyecto de presa en el Nilo, similar a la de Asuán en Egipto que creó el lago Nasser inundando templos y pueblos. Por suerte, tras muchas reinvindicaciones, este tema ha quedado aparcado, salvándose así entera toda una cultura.

Magzoub Hassan es el propietario del único alojamiento del pueblo. Un auténtico personaje que se presenta en su coche Morris Mainar de fabriación inglesa del año 1946, es decir, cuando los británicos aún poseían el territorio. Si no hay clientes no se preocupa, dice que además es mecánico (me lo puedo creer porque el coche aguanta) y médico (aquí ya dudo, porque me lo demuestra diciendo que la crema de espinacas y chile a la que me invita va bien para el dolor de codo). Sus amigos, que por enésima vez me ofrecen té, no se quedan atrás en cuanto a amabilidad, pero tampoco en cuanto a peculiaridad: uno me invita a su casa a beber vino de dátil. La fabricación es casera y el consumo doméstico, porque en Sudán impera la ley islámica, que prohíble a los musulmanes beber alcohol. Si a uno lo pillan bebiendo en la calle no se libra de recibir 40 bastonazos. La segunda, 80, y así sucesivamente en una progresión geométrica macabra . La Sharia está muy presente, y el amigo me dice, con ojos traviesos, que lo sabe bien porque él antes era policía.

Desde Abri hago auto-stop 30 minutos para llegar a Wawa, otro poblado nubio, como tantos otros que ocupan ambas riberas del Nilo entre palmeras y plantaciones de judías (el «ful», esta legumbre cocida en salsa de cacahuete, es el plato nacional), de casas de adobe de una sola planta austera pero bellamente decoradas. Allí tengo que buscar al barquero del pueblo para cruzar el río. Mi objetivo será ver el templo de Soleb, el mejor conservado del antiguo Egipto en Sudán. Visitar este lugar solo, sin ningún otro turista alrededor, igual que con las pirámides, es un absoluto privilegio.

Al volver a Abri, varias familias me invitan a comer a sus casas. Y esto da qué pensar… El imperio kushita construyó un templo para honrar a Amón y acabó siendo quien salvaguardara durante unos años la religión de los que habían sido sus conquistadores, de la misma manera que los nubios, un pueblo con una identidad propia marginado por el poder central de Jartum, se erige como una especie de «guardián» de esa características propias y esenciales de los sudaneses que son la hospitalidad y la amabilidad.

Vuelta a la capital, pasando por Karima tras haber cogido dos minibuses. En la antigua Napata alquilo un 4×4; el objetivo es visitar los templos kushitas de Naqa y Mussawarat, aunque la primera parada será la necrópolis de Al- Kurru, que está cerca. A los 10 minutos de trayecto, el coche se estropea. Mohamed, el conductor, llama al taller. Al cabo de un rato aparece un hombre que, casualmente, además de ser el mecánico del pueblo, es quien tiene la llave de la cámara funeraria. Así pues, antes de revisar el vehículo, me lleva hasta allí. Hace un puente con dos cables para encender la luz, abre el candado y bajo unas escaleras. No sé si me sorprende más la decoración de las paredes de la tumba de Tanutamon, del siglo VII a.C., el hecho de que esté yo solo ante esa maravilla o el cómo he llegado hasta allí.

De vuelta a la capital, me dirijo en taxi hasta el mercado de camellos de Omdurmán, que se lleva a cabo los sábados. El conductor, como toda su familia, estuvo exiliado en Estados Unidos debido a la guerra civil, aunque él decidió volver. Se da la paradoja que el mismo país que le acogió puso un fuerte embargo a Sudán durante 20 años, hasta el 2017. Las relaciones entre ambos países siempre han sido tensas. Los norteamericanos siempre han acusado al gobierno sudanés de proteger a terroristas («esto es mentira», me afirma rotundo el taxista) aunque Sudán durante los ’90 detuvo al terrorista venezolano Carlos «El chacal» y expulsó a Osama Bin Laden, que vivía en Jartum antes de ser una superestrella mundial. Por contra, a los yankees no les hizo ninguna gracia que el gobierno sudanés apoyara a Palestina en la Guerra de los 6 días ni al Iraq de Sadam Husein durante la guerra del golfo. Se usó la excusa de que Sudán realizaba una limpieza étnica en Darfur para perpetuar el embargo, aunque no debe ser casualidad que esa zona sea rica en petróleo. Sea como fuere, no hay cajeros en el país y de hecho no se puede pagar con tarjeta en ningún lado. El cambio oficial es seis veces menor que el que te dan en el mercado negro los cambistas de Souq Al arabi, así que mejor pasearse por esa zona central de Jartum para cargarse de billetes, los más pequeños de 100 libras sudanesas, 30 céntimos de euro.

Dando el último paseo me doy cuenta, como casi siempre en cualquier viaje, de que la gente del país supera por mucho en calidad humana a sus gobernantes. Entre invitaciones a tomar el té y saludos («marhaban», «bienvenido» en árabe), me emociona pensar que aún existan pueblos donde el interés y la sonrisa por el recién llegado son sinceros e incondicionales. «Welcome to your home», me dijo un hombre por la calle. Uno va a Sudán por sus yacimientos arqueológicos en la mente y vuelve sabiendo que si ha conectado con el país ha sido por otros motivos. Y, sobre todo, viaja a ese lugar con algo de miedo y varios prejuicios y vuelve a casa con algo totalmente diferente. Debe ser que la «masoora» también funciona al revés.

Chica nubia
Sacando agua de un pozo
Tumba del santo sufí Hamed el Nil; el viernes los «derviches» bailan hasta entrar en trance y así conectar con Dios

11 respuestas a «Sudán»

  1. Otro lugar maravilloso del que apenas sabría nada si no fuese por tus viajes tan especiales. Gracias siempre por compartirlo, sobre todo esas imágenes a las que les sobra cualquier palabra.

    Le gusta a 1 persona

  2. Buenas amic, dons una bona descripció del Sudán actual, esta igual que fa 60 anys e igual que quan jo vaig pasar. De saber que anaves t,hagues donat alguns tips curiosos,, La veritat me va fascinar molt, l,autenticitat i la hospitalitat, malgrat que jo ja estaba cansat quasi al final d,un llarg periple per Africa. Es un país fascinant tant el nord com el Sud, i la burocracia aumenta al estar on road desde Addis Abeba..pero val la pena, sens dubte. Me quedaría en Meroe i els dervixes, pero cada persona guarda un moment únic e irrepetible al seu interior.
    Salut i Viatges

    Me gusta

  3. Uno de los países que muchos hubiéramos querido visitar y no lo hicimos por pereza. Desde luego tu experiencia demuestra que vale la pena de sobras.

    Eso sí, si te refieres a Carlos Ilich Ramírez, alias Chacal, no es un narco sino un terrorista internacional de origen venezolano. Vivía refugiado en Jartum pero los servicios secretos franceses se las arreglaron para sacarle de allí.

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario