Con rumbo propio

El «mindfulness», también llamado «atención plena» o «conciencia plena», consiste en estar atento de manera intencional a lo que hacemos, sin juzgar, apegarse, o rechazar en alguna forma la experiencia. No lo digo yo, lo dice la wikipedia. Y es algo que yo animo a llevar a cabo. Realmente difícil, sí, y por ello el viaje es un buen lugar para practicarlo. Porque el viaje, si no se toma como desconexión, que es cliché típico, es sin duda un buen aprendizaje para el día a día, porque las condiciones para aplicar esa atención plena se dan de manera mucho más fácil que en la cotidianidad. Porque hay mil detalles en los que fijarse, porque cada día es (aún) más diferente que el anterior, porque hay mucha más incertidumbre (lo cual activa la atención) y porque en el viaje es más fácil ser consciente de aprovechar el momento presente porque, igual que la vida, se acabará, solo que ésta casi nunca la vemos así.

El experto en mindfulness Martín Asuero, en su libro «Con rumbo propio» (y que me sirve de título del post, porque lo encuentro muy adecuado) y basándose en Jon Kabat-Zin, el «inventor» de esta doctrina, propone siete claves para cultivar la conciencia plena. En este artículo pretendo traspasar cada uno de estos postulados al contexto de un viaje, con el fin de, como he dicho, poder aplicar no esta atención plena como filosofía de vida a un viaje, sino al contrario: ver que en el propio viaje es más factible desarrollarla, lo cual nos puede ayudar en la vida. Éstas son las siete claves que menciona Asuero:

1-Viva su vida momento a momento. La realidad se desarrolla momento a momento, cada instante aporta algo distinto al anterior, cada momento es único: vívalos sin dejarlos escapar pensando en fantasías sobre el futuro o en recuerdos del pasado.

Efectivamente, la vida sucede momento a momento, solo que no nos damos cuenta. Esto es más fácil de ver en un viaje, cuyos instantes pueden ser más excitantes que en el día a día y, por tanto, los podemos considerar más fácilmente como «únicos» e irrepetibles. ¿Y por qué no podemos pensar así también a diario?»

2. No juzgue tanto, no se juzgue. Todo juicio produce una cierta tensión emocional que posiciona al individuo frente al acontecimiento en uno de estos tres sentidos: a favor, en contra o indiferente. Cultivando una cierta imparcialidad ante las situaciones, podemos suspender los juicios o evitar juzgar y así poder conocer mejor la realidad sin tener que vincularnos tan emocionalmente con ella. 

O, dicho de otra manera, nos gusta o no un lugar porque lo comparamos con lo que conocemos o lo juzgamos con los referentes que hemos visitado anteriormente. Se da la paradoja de que buscamos «conocer la realidad de un lugar» y, a la vez, deseamos que ese  lugar cumpla con nuestras expectativas. Una cosa es tener criterio propio y otra juzgar un lugar comparándolo con lo que conocemos o lo que esperábamos: ésta es una de las mayores fuentes de frustración en un viaje.

 

3. Confíe en sus capacidades, en su sabiduría y en sus recursos. Que nadie intente ser distinto a sí mismo, ni piense que la felicidad depende de factores externos. Intente en la medida de lo posible ser usted mismo y busque la felicidad en lo que la realidad le puede ofrecer aquí y ahora, que es la única posibilidad real.  

El viaje como aprendizaje para la vida, efectivamente. Porque en un viaje estamos aún más a merced de los acontecimientos, de lo que no depende de nosotros. Y por tanto más que nunca es una gran oportunidad para desarrollar nuestros recursos y confiar en uno mismo. «El viaje significa desafío y esfuerzo, cansancio y sacrificio», escribe mi admirado Riszard Kapuscinsky en «Encuentro con el otro». «¿Y de qué somos responsables? Del camino». Mejor no se podría decir.

 

4. Cultive la mente de principiante, abierta, interesada. Prestando atención al momento presente, se evita interpretar la realidad mediante situaciones pasadas, lo que le permitirá aprovechar todas las oportunidades que se presenten. Toda situación siempre tiene algo de nuevo, cada momento es único, aprovéchelo.

Esto es fundamental en un viaje. Estar atento, interesarse por lo diferente…¿no es eso a lo que vamos?¿A «conocer nuevas culturas»? Pues para ello hay que olvidar lo conocido y lo dado por hecho. Y, de nuevo…si lo hacemos en un viaje, ¿por qué no lo podemos hacer en el día a día? Tan interesante puede ser alguien o algo de un país lejano como lo que tenemos más cercano y que, por estar demasiado cerca, ni logramos ver.

 

5. No busque solo resultados, fíjese en el proceso e intente hacer lo que tenga entre manos lo mejor que pueda. Todo deseo desequilibra la mente, ya que dirige nuestra atención en una dirección y genera unas expectativas que nos ponen en deuda con el futuro, creando cierta tensión. Esto no significa que debamos renunciar a los objetivos, pero sí debemos poner más énfasis en el proceso, que es donde se crean las causas para que se den los objetivos que deseamos.

La incertidumbre, lo inesperado, es consustancial al viaje…como lo es a la vida. No decepcionarse por no conseguir objetivos es clave para viajar con una mente sana, como lo es para nuestra propia realidad. De hecho, los mejores momentos que he vivido en muchos viajes han sido por hechos no previstos, por salirse de la ruta pensada. El viaje, como la vida, no tiene por qué ser por un camino prefijado y con un objetivo pre-determinado, puesto que nos condiciona y nos impide ver el resto.

 

6. Acepte la realidad como es, conozca sus límites y aprenda a soltar. Aceptar los límites de cada cual es fundamental para ser realista en los objetivos. Así y todo, tener límites es una circunstancia de la persona, no una característica de su identidad.

De nuevo…el modelo no es primordial. El molde se puede romper, tanto en la visión de un lugar como de nosotros mismos. Abarcar demasiado y tener objetivos imposibles (o, directamente, tener objetivos, fruto de una sociedad que impone «el sueño» como algo necesario para dar sentido, el deseo como necesidad y exigencia) no es más que una atadura, en el viaje mismo y en el viaje que es la vida.

 

 7. Cuídese, trátese con amor y cariño. Para poder practicar la conciencia plena, es necesario establecer una relación positiva con uno mismo; de esta forma se adquiere la suficiente flexibilidad mental para poder cultivar una visión de la realidad más acertada y saludable.

¡Cuánto daño nos hacemos! ¡Cuánto nos lamentamos porque algo ha salido mal y eso creemos que arruinará el viaje! Abarcar mucho, cansarse en exceso, no lamentarse por no haber podido cumplir lo previsto al organizar el viaje…es una obviedad pero…si no queremos el mal para los otros, ¿ por qué a veces no podemos evitar hacérnoslo a nosotros mismos?

Quizás el lector escéptico puede arquear la ceja ante estas siete bases, por considerarlas «demasiado budistas». Pero, al fin y al cabo, no es otra manera de mencionar, en positivo, algunos errores cognitivos frecuentes que la psicología conductual (esta sí, científica) achaca a muchas personas. Visión catastrófica (aplicado al viaje: pensar continuamente que nos pasará algo negativo), etiquetar (que no deja de ser el segundo punto de los  citados: juzgar), tener un filtro mental (pensar que el viaje en general fue desastroso porque ocurrió algún contratiempo puntual)…hay muchísimas conductas dañinas que nos llevan a creencias irracionales y que nos impiden desarrollar una filosofía vital sana. Para los que, por tanto, crean que la «atención plena» es «demasiado espiritual», siempre pueden acudir a la psicología cognitiva y contrarrestar sus creencias negativas con argumentos racionales. En el fondo, no deja de ser lo mismo.

 

Acabo retomando a Kapuscinksy y su concepto del camino como algo que nosotros creamos en el viaje: «Al enfilarlo, tenemos la certidumbre de que lo hacemos por primera y última vez en la vida, y por eso no podemos descuidar nada, no podemos perder o pasar por alto un solo detalle (…) por eso, mientras viajamos, estamos concentrados, nos fijamos en todo y agudizamos el oído». El reportero polaco, de nuevo y sin quererlo, definió nuestra actitud en el viaje como una actitud traspasable a toda nuestra realidad. ¿No sería genial actuar así en el día a día? En el viaje…¿Quién piensa, al acostarse, que ha vivido un día único?¿Y quién es consciente de que le queda un día menos de ruta? ¿Quién recuerda lo maravilloso, o no, que es lo que ha visitado? Todo el mundo. ¿Quien piensa así en la vida? Muy pocos.

 

 

Foto de portada: Myanmar

3 respuestas a «Con rumbo propio»

  1. Gràcies per aquests recordatoris tan necessaris, especialment ara que transitem aquests moments incerts. Transferir la consciència del viatge a la vida ens retorna al contacte amb la impermanència i la importància de mantenir una ment clara, compassiva i equànime que ens permet mantenir el pas ferm en tot moment i passi el que passi…

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  2. Precioso artículo. Gracias por expresar con palabras lo que muchos hemos sentido viajando y por recordarnos lo importante que es traerlo a nuestro día a día. En un viaje lo pensamos, lo de volver a nuestras rutinas y estar al mismo nivel de presencia, pero al volver se nos olvida en apenas unos días y, aunque lo pensemos, nos cuesta que forme parte de nosotros.
    Aunque eso es bonito también el proceso de darse cuenta. Ser conscientes ya es uno de los grandes pasos en el caminar de nuestra vida.
    Un abrazo.

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