Amritsar (India)

Hay países donde la religión es un aspecto cultural que define en parte la identidad de un pueblo, sean o no sean creyentes sus habitantes (pienso en casi todo Occidente, por ejemplo) y los hay donde la religión no solo los determina, sino que es su propio motivo de existir. La religión no es, así, un elemento que en mayor o menor medida forma parte de la tradición de ese lugar o de su moralidad, sino que es directamente su, por así decirlo, “esencia”, su motor, su causa y, en definitiva, su todo. Serían los casos de Israel para el judaísmo, el Vaticano para el Cristianismo católico o Pakistán para el Islam: estados creados ex profeso a partir de la religión.

Todas estas reflexiones (¿Cuál es el “motivo” de un Estado?) me vienen a la cabeza tras haber visitado Amritsar, ubicada en la India, que es la ciudad más importante para el sijismo. Me olvido de los aspectos “superficiales” (que no banales), como los turbantes, las barbas, el pelo largo, las dagas que usan o sus particulares rituales, para pensar en todo esto. Tras los atentados del 11-S, leí noticias de que en Estados Unidos habían asesinado a varios sijs como venganza, al confundirles con musulmanes. Entonces yo desconocía qué era el sijismo…no, no son hindúes, tampoco. El sijismo es la religión propia para más del 3% de los habitantes de la India. En un país que supera los 1.000 millones de personas, no hay que ser un genio de las matemáticas para ver que son muchísimos los seguidores de esta doctrina.

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Simplificando muchísimo, se podría decir que si Mumbai es la “ciudad cristiana” (por la herencia portuguesa e inglesa), Benarés es la hindú y Delhi la musulmana (que no se me enfaden la mayoría de los indios, lo digo porque en la capital el porcentaje de la población que sigue el Islam es mayor que en resto del país, una gran parte de los habitantes del casco antiguo lo son y el edificio más importante es la mezquita de Jama Masjid), entonces Amristar sería la “ciudad sij” de la India. Y tras haber estado en las tres anteriores, ésta era una visita obligada.

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Amritsar, a unos 50 quilómetros de la controvertida frontera con Pakistán, es la ciudad más importante del sijismo, religión con más de 20 millones de seguidores en todo el mundo. Y su epicentro es el magnífico Templo dorado, alrededor del cual tenemos una ciudad que nunca duerme. El templo, en medio de un estanque sagrado, es el lugar de peregrinación anual para millones de sijs que no solo acuden a venerar a sus gurús y su libro sagrado: hacen vida en sus alrededores, hasta el punto que hay estancias para albergar a miles de ellos cada día y una cocina que sirve comida gratuitamente 24 horas al día. Uno llega allí, como fue mi caso, y es invitado la visitar las cocina, a sentarse para recibir su ración de dahl (puré de lentejas) y luego a colaborar recogiendo. Centenares de voluntarios cocinan, sirven, recogen y limpian en perfecta coordinación, sin parar ni un segundo. La hospitalidad es uno de los pilares de los sijs aunque, como pasa siempre, no todo es de color de rosa: en 1980 un movimiento que buscaba crear un estado independiente para ellos, siguiendo de algún modo el ejemplo de Pakistán (creado como estado musulmán separándose de la India) acabó con una masacre en el Templo dorado, al entrar el ejército indio y acabar con la vida de 500 personas. Posteriormente, la primera ministra, Indira Ghandi, fue asesinada por uno de sus guardaespaldas, que era sij, como venganza.

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Esto me lleva al inicio de nuevo… ¿tener una religión propia es motivo para tener un estado propio? ¿Se protegerá así mejor esta religión y, por tanto, sus creencias, por no decir sus tradiciones? La India está tensando la cuerda y las hostilidades ante su población musulmana aumentan a diario, por mero interés político. No hay que pensar en Estados Unidos, Bolivia, Italia, Brasil o muchísimos otros lugares, para ver que actuar en contra de las minorías da réditos electorales. Muy cerca tenemos un ejemplo clarísimo. Por otro lado… ¿tiene sentido esto en un mundo tendente a la secularización? Aquí está la clave: hay lugares en que lo privado es algo no solo público, sino directamente una cuestión de estado. La fe como valor público e incluso patriótico. Hay naciones-estado y hay religiones-estado (si este término no estaba inventado, lo acabo de hacer). No sé si Amritsar podría ser uno de estos pocos casos. Lo que sí sé es que es un lugar donde uno se siente acogido y donde a uno, descalzo, con un plato de puré de lentejas en la mano y un pañuelo en la cabeza, no le hacen sentir extraño.

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