Pekín

Libro durante el viaje: Las baladas del ajo (Mo Yan)

 

Para alguien al que le gusta un poco viajar, Pekín era una asignatura pendiente. Parece mentira que todavía no hubiera estado en la capital del que será el imperio de este siglo, el segundo país del mundo con más lugares declarados patrimonio mundial por la UNESCO y sin duda una metrópolis increíblemente interesante. Cierto es que anteriormente había estado en Taiwán (que para algunos es China y para otros no), y en Hong Kong. Pero visitar Pekín era una asignatura pendiente y no me ha decepcionado en absoluto, al contrario.

Además, viajar a este enorme país ha contribuido a añadir un elemento más en lo que voy viendo que configura la identidad de un lugar. Al visitar países como Benín o Israel, donde la religión es tan importante que forma parte del carácter de la gente, vi la importancia de la cosmovisión en la configuración de la forma de ser de un país. Al viajar a Asia Central, en especial Uzbekistán, Pakistán e incluyendo Georgia, me di cuenta de la importancia de la geopolítica, o cómo tanto los accidentes geográficos como los países vecinos determinan el carácter de un pueblo, sobre todo si estos países son de reciente creación, como es el caso de los citados. ¿Y qué pasa si un país es tan grande que ni se perciben las fronteras y tan antiguo y complejo que supera cualquier religión concreta? Pues entonces se añade un tercer elemento, lo que podríamos llamar “la psique”.

La psique china está ahí, inamovible, esencial, superando imperios, comunismos y aguantando a día de hoy en un país que avanza a una velocidad endiablada. Es la civilización actual más antigua y sin interrupciones, y lo es porque, más allá de las diferentes formas políticas y económicas, tiene algo que subyace en la conciencia y subconsciencia del país, esté arriba una dinastía, el Partido Comunista o, lo que hay ahora: las nuevas tecnologías y el dinero: sí, los chinos han copiado a Estados Unidos y les van a superar con estas mismas armas, pero son más y están más organizados.

La psique china hace que el orden y el control que siempre han existido, ya fuera a cargo de los emperadores o ya fuera a cargo de los dirigentes comunistas, prevalezcan en un entorno donde el individualismo va a más. Por ello digo que serán el imperio del siglo XXI. Ellos inventaron el papel pero todo el mundo paga con móvil, aunque sea una compra mínima en cualquier pequeña tienda de barrio, a la vez que así se controla más y mejor lo que compra cada individuo (lo que, en el mundo de la tecnología, es sinónimo de decir cómo es). Se han cargado barrios históricos de Pekín (aunque sorprendentemente, aún quedan muchos) para construir rascacielos, mientras que el metro se pasan anuncios mediante hologramas y hay vigilantes que te dicen por dónde andar y dónde no te puedes parar. Lo dicho, la psique china, que quizás es lo que hizo que Mao no se cargara los magníficos palacios de la Ciudad Prohibida. Porque aunque no comulgara con el viejo sistema, a nivel esencial no dejaba de ser lo mismo. La filosofía de Confucio, basada en el respeto y la obediencia entre gobernantes y gobernados, entre padres e hijos, entre patrón y trabajador, está totalmente interiorizada allí. Quizás ya desde entonces, y el sabio sólo la puso sobre papel. O quizá no, y caló tan fuerte que determinó la psique china.

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Mao, objeto de consumo

 

Pekín rompe estereotipos, pero no tanto. Es como viajar: no sirve para acabar con todos los tópicos, sólo con algunos. El atractivo de la ciudad está fuera de duda. En pocas capitales se puede pasar varios días y visitar en cada uno de ellos un lugar patrimonio mundial diferente. Pienso en Roma, en la Ciudad de México y en Katmandú… no se me ocurre ninguna otra, al menos en las que he estado. El Palacio de verano, a las fueras de la ciudad, es un exquisito parque lleno de lagos bordeados por sauces y con multitud de templos, donde durante varios siglos las diferentes dinastías se refugiaban del calor veraniego. Por otro lado, otro lugar catalogado por la UNESCO es el Templo del Cielo, espectacular construcción religiosa de planta circular. Por no hablar de la espectacular Ciudad prohibida. Sí, es cierto, está llena de turistas chinos, hasta 80.000 al día, casi igual que el resto del país. Al formar parte ya del paisaje, al ser algo tan típico de China como los monumentos que se visitan, y a ver que era imposible que no aparecieran en las fotos, decidí, en un acto de estoicismo pragmático, integrarlos dentro del paisaje (y, por ende, de la fotografía). Lejos de agobiarse, lo mejor es verlo como un interesante ejercicio antropológico y analizar el comportamiento en masa de estos miles de chinos. Interesante, porque también está en la psique del país.

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Pekín rompe algunos estereotipos y consolida otros, como cualquier viaje (no sólo porque uno constata que el pollo con almendras no existe, pero sí sorprendentemente el rollito de primavera, que podría creerse que es algún tipo de adaptación occidental de algún plato oriental) porque, al contrario de lo que uno piensa, se conservan muchísimos barrios antiguos, donde la forma de vida de la gente parece que no haya cambiado en décadas. Casas bajas, ancianos jugando a juegos de mesa, la gente cenando fuera de sus casas, comercios tradicionales…no hace falta irse a la China profunda para vivir ese país tan antiguo.

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Es una delicia pasear por estos barrios al atardecer, tras haber visto lo más monumental por la mañana, como los tres lugares antes mencionados, la famosa Gran Muralla. Para ésta, existen varias opciones, desde la más cercana a Pekín, absolutamente abarrotada de locales, reconstruida y que parece un parque temático, hasta el ver algunos tramos más alejados, donde el muro está totalmente derrumbado y no es más que un montón de piedras que hay que trepar. Yo tuve la suerte de acceder a un tramo, a un par de horas de la capital, donde la gran muralla, seguramente la construcción más cara de la historia en términos económicos y humanos (tres millones de obreros muertos) más inútil de la historia, por cuanto no sirvió para impedir que las hordas mongolas invadieran el país, que fue el propósito para el que se construyó está monumentalidad de más de 7.000 quilómetros de largo.

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El último día de mi estancia en Pekín, el barrio donde tengo el hotel es desalojado. No sólo no dejan entrar en él, sino que no puedes permanecer en el alojamiento. Da igual que lo hayas pagado. ¿El motivo? Se realizan los ensayos para el gran desfile conmemorativo del 70º aniversario de la fundación de la República Popular China, que será al cabo de un mes. Lo más increíble es que el desfile no pasa por ese barrio, sino por la plaza Tiananmén, que está a 10 minutos andando al norte. Pero eso da igual, no se puede entrar y punto. Te das cuenta en esos momentos del enorme poder del Estado. Se debe aceptar y punto. Está en las enseñanzas de Confucio, está en la psique china.

Esa misma mañana me acerco Templo de la Nube blanca, el edificio taoísta más importante de Pequín. El Taoísmo es la otra gran religión china, junto con el Confucionismo. Son prácticamente opuestas. Mientras que Confucio preconizaba el equilibrio mediante una especie de sumisión, para el Tao lo importante es el equilibrio interior. La armonía no es por contraste, sino por equilibrio con la realidad. Una de las citas que más me gusta de su libro más famoso, el Tao Te Ching, escrito por Lao-Tsé, dice que “no hay mayor desgracia que no saber contentarse, ni hay mayor castigo que desear siempre más”. A la tarde ya voy hacia el aeropuerto. Pienso que me hubiera quedado más tiempo en esta ciudad tan fascinante, pero luego me acuerdo de esta frase y me voy satisfecho.

 

 

 

 

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Monje taoísta

 

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