Kapuscinksy, Heródoto y el por qué de viajar

¿Qué le empuja a lanzarse con atrevimiento a la gran aventura? Yo diría que la fe llena de optimismo en la posibilidad de descubrir el mundo, una fe que los modernos hemos perdido hace tiempo”. Ryszard Kapuscinsky (Viajes con Heródoto)

 

Siempre que viajo intento llevar conmigo algo de literatura relacionada con el país que visito. Ya sea  de un autor de allí o ya sea un libro que trate de ese país. Cuando visité Etiopía, estuve leyendo “El emperador”, de Ryszard Kapuscinksy, fallecido en 2007, un retrato impresionante del Haile Selassie, máximo dirigente de Etiopía entre 1941 y 1975 y un auténtico personaje. Volví a este escritor en Georgia, con su libro “El imperio”, ya que me interesaba la historia de las repúblicas ex soviéticas. Me fascinó el libro, así que busqué más información sobre este periodista polaco, y di con “Viajes con Heródoto”. Un gran escritor de viajes hablando sobre el primer gran escritor de viajes de la historia.

“Viajes con Heródoto” narra los primeros viajes que hizo Kapuscinksy como enviado especial del periódico para el que trabajaba. Primero a China, luego a la India y después a África. Le fascinaban otras culturas y viajaba leyendo la Historia del griego Heródoto de Halicarnaso (484-425 a.C.), considerado el padre de la historiografía. El joven Kapuscinsky quedó impresionado y, sobre todo, aprendió mucho de aquel geógrafo e historiador. Se empapó de su espíritu aventurero pero, sobre todo, de su deseo de aprender, documentarse, vivir acontecimientos, contrastar historias y dejarlas escritas. “No sabemos en calidad de qué viajaba. ¿Comerciante, diplomático, espía, turista? Heródoto hace de reportero, de antropólogo, etnógrafo e historiador”, escribe el periodista polaco.

El libro de Heródoto le sirve a Kapuscinksy, que recorre, como aquel, parajes lejanos y tierras extrañas, para preguntarse qué es viajar y, sobre todo, por qué viajamos. Y lo hace siempre poniendo como ejemplo a su “maestro”, un ejemplo que, de hecho, podría servirnos a cualquiera de nosotros. Al menos a mí, que me pregunto constantemente por qué viajo.

En “Viajes con Heródoto”, Kapuscinsky escribe: “No sabemos qué empuja al hombre a viajar. ¿La curiosidad?¿El hambre de aventuras?¿La necesidad de maravillarse a todas horas? El hombre que deja de sorprenderse está vacío por dentro, tiene el corazón calcinado. El hombre que cree que lo ha visto todo y que no es capaz de extrañarse por nada ha perdido la parte más bella de su alma: el placer de vivir. Heródoto es el extremo opuesto”. Y en otro párrafo se pregunta: “¿Qué le empuja a lanzarse con atrevimiento a la gran aventura? Yo diría que la fe llena de optimismo en la posibilidad de descubrir el mundo, una fe que los modernos hemos perdido hace tiempo”.

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Busto de Heródoto de Halicarnaso

 

Es la diferencia entre Heródoto y Kapuscinsky por un lado, y muchos de los viajeros por el otro (y no, no entraré en el matiz y dicotomía entre turista y viajero). Los primeros, como también muchos en la actualidad, tenían ansia de conocer. Un conocimiento objetivo. Investigación, entendimiento del mundo exterior. Hoy en día, en cambio, parece que el objetivo del viajar sea el conocerse a uno mismo y, de paso, conocer el sentido de la vida. Lo que vemos, un medio, no un fin. Al contrario que antes.

Porque tengo la sensación de que estamos, en cierto modo, en una nueva época en cuanto a la pontificación, cuanto no cierta banalización, sobre todo esto. Es una impresión que tengo, nada más. Hasta hace poco, tener un hijo era lo que “daba sentido a la vida”, y así lo decían los que habían estrenado paternidad. Quien no era padre (o madre), no conocía “el sentido de la vida”. Ahora esto se ha desplazado en parte al viajar. Quien no viaja parece que es poco menos que un fracasado existencial que se pierde la verdadera felicidad. Esto se ve aún más con la (sobre) exposición y la publicidad (en el sentido de hacerse público) que permiten las redes sociales, blogs personales y otras herramientas de lucimiento personal y, por qué no decirlo, proselitismo.

A mí me encanta viajar. Tengo este blog de viajes, he estado en más de 50 países, me encanta fotografiar y escribir…es mi pasión. Pero no creo que quien no viaja se pierda el sentido de la vida. De hecho, mi vida no tiene sentido porque viajo, o porque lo dejo de hacer.¿Por qué viajo entonces? ¿Para “crecer como persona”? No creo. No creo que haya un destino prefijado, ni un objetivo esencial que conseguir. Un viaje es una experiencia estética. Y, básicamente, nos gusta distraernos, no soportamos aburrirnos. “Sorprenderse, extrañarse, es empezar a comprender”, dijo Ortega y Gasset. Buscamos lo que nos da placer, y viajar lo hace. Pero no me atrevería a decir que “quién no viaja se pierde el placer de vivir”… aquí sí que discrepo con el maestro.

Hay una frase en el libro que es muy significativa: “Heródoto viaja para responder al niño que pregunta de dónde vienen los barcos que se ven en el horizonte. ¿De dónde han salido? ¿Hay otros mundos?¿Cuáles? (…) Se lanza a conocer otros mundos con el entusiasmo de un niño. Su descubrimiento más grande es que hay un montón de mundos, y cada uno es diferente al otro”

¿Para qué descubrir nuevos mundos? Sinceramente, no lo sé, si no conocemos ni el nuestro propio. No, no creo que viajar dé sentido a la vida. ¿Y más allá del ansia de descubrimiento…¿qué hay? ¿No hay más? ¿Qué hay más allá? ¿Por qué nos gusta viajar? No es por dar sentido a la vida. Esta sería la consecuencia, no la causa. Y ni eso, creo yo. ¿Para ser más sabios? Dicen precisamente los sabios que la sabiduría es armonía con la realidad, la libertad como control de uno mismo, la aceptación de lo existente. No hace falta ponerse a prueba luchando ante adversidades en parajes lejanos. Más difícil es hacer esto en nuestra vida cotidiana diaria. Yo, al menos, viajo para conocer lugares, no para conocerme a mí mismo.

La vida es un viaje, no al contrario. Como dice Lao-Tsé en el Tao Te Ching:

“Sin salir de casa puedes conocer el mundo entero;
Sin mirar por la ventana, ver el cielo y sus maneras de ser.
Cuanto más lejos vayas, menos vas a aprender”

3 respuestas a «Kapuscinksy, Heródoto y el por qué de viajar»

  1. Entrada maravillosa en la que vuelves a desmontar mitos, en este caso aquél que dice que quien no viaja parece no ser nadie… Interesantísima reflexión, Xavi, una vez más, me sorprendes, aunque te diría que esta vez casi más que ninguna otra. Nos gusta viajar o nos gusta no viajar, y no por ello estamos en un escalafón más alto, más interesante o más culto de esta Sociedad. Opino como tú, para encontrarse a uno mismo no hay que ir a ninguna parte que no sea el interior de cada uno. Viajar aporta, enseña, enriquece, te hace crecer, pero no es la única vía.

    Maravilloso Kapuscinksy, gracias al cual entre otras muchas cosas, empecé a conocer mejor a Heródoto. Adoro viajar acompañada de Grandes, creo que ya te lo he comentado en alguna ocasión: Los Fantasmas Balcánicos y el Rumbo a Tartaria de Robert Kaplan me cambiaron la manera de viajar y en cierto modo de vivir. Imposible no querer explorar hasta el último lugar de los Balcanes después de leerlos. Queda mi recomendación.

    Gracias de corazón por este blog y especial enhorabuena por esta pedazo de entrada, tan NECESARIA.

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  2. Muy buena reflexión sobre viajar. Aunque nos dediquemos a ello, totalmente de acuerdo que no es necesario viajar para encontrar el sentido de la vida, ni que no seas nadie si no viajas. Si que nos ha servido para conocernos a nosotros mismos, pero podrían también servir otras cosas, la vida misma en cualquier lugar. 🙂 Compartiremos en nuestra pagina de facebook con tu permiso. saludos,

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