Desesperanza, decepción y viaje

«Este lugar me ha decepcionado».

¡Cuántas veces hemos oído esta frase! Y, peor aún…¡Cuántas veces la hemos dicho nosotros mismos…!

Uno de los postulados del mindfulness es la aceptación de lo existente (que no quiere decir su aprobación) y la atención al momento presente sin juzgar ni prejuzgar. Y es lo que he expuesto muchas veces en este blog: el viaje es un aprendizaje para la cotidianidad porque viajando esta consciencia de lugar y momento es más fácil de conseguir, puesto que todo es (o esperamos que sea) nuevo y estimulante. Lo difícil es llevarlo a cabo en el día a día. Y sí, de la decepción en el viaje, que sigue a la esperanza, es algo que también podemos aprender y corregir para ese día a día al volver a casa.

El filósofo francés André Compte-Sponville ha escrito mucho sobre la decepción. Uno de sus libros, totalmente recomendable, es «La feliz desesperanza». Su tesis es tan fácil de entender como difícil de llevar a cabo: Si la vida nos ha decepcionado, porque hemos puesto esperanzas en el trabajo, las relaciones o lo que sea, el problema no es la vida, sino nosotros mismos. Y ahí, sí, incluyo un viaje.

Es normal tener expectativas, si no no elegiríamos un destino. Y es normal tener ilusiones, si no difícilmente habría una motivación y, por tanto, un movimiento. El problema es que no asumimos que la realidad es la que es, y que ésta es la mejor posible porque cualquier otra cosa no existe. Y entre la realidad y la nada, cabe esperar elegir la primera. Con un destino igual. El problema es que visitamos un lugar esperando que sea como queremos. Hagamos un ejercicio (difícil, lo sé): aceptar que un lugar es como es y, si se quiere, alegrarnos por haber visto su realidad, no lo que esperábamos. Sin juzgar.

«Lo real hay que tomarlo o dejarlo. Son mis esperanzas las que, desde el inicio, son infundadas», escribe Compte-Sponville. «Si la vida no se corresponde con mis ilusiones, tal vez no se equivoque la vida, sino mis ilusiones, que son vanas». Este concepto de «ilusión» también lo utiliza Anthony de Mello: «Los seres que no disfrutan de lo real buscan la felicidad donde no está (…) La desilusión trae una oportunidad gloriosa», escribió este psicoterapeuta y sacerdote jesuita nacido en la India.

Decimos que «queremos conocer un país» cuando viajamos. ¿Es realmente así? ¿O simplemente proyectamos en él nuestros deseos y nuestra forma de ser? Y de ahí vienen las decepciones. El mindfulness es estar presente como, en palabras del pensador indo-catalán Raimon Panikkar, «la sabiduría es harmonía personal con la realidad». Es una frase enorme que ejemplifica el quid de la cuestión. El mismo Compte-Sponville escribe que «si me libero de mis ilusiones; si acepto la vida tal como es, entonces la puedo amar tal como es, y es lo que llamo una feliz desilusión, el encuentro con la sabiduría».

Desilusión, desesperanza… ¿Hay más? Leo a Jiddu Krishnamurti, quien de hecho dijo que vivir sin esperanza es vivir feliz, y aparece lo que podría ser otro sinónimo. En su libro «La libertad primera y última», el pensador de origen indio escribe: «Únicamente en un estado de máxima insatisfacción puede surgir la verdad. La verdad debe ser descubierta de instante en instante, en una sonrisa, en una lágrima, debajo de una hoja muerta, en la plenitud del amor. El amor no es diferente a la verdad; el amor es ese estado en el cual el proceso del pensamiento como tiempo ha cesado por completo». Insatisfacción, otro concepto interesante y parecido a los anteriores, y que me hace abrir un paréntesis: De Mello, Panikkar y Krishnamurti no son hindúes: ¿es ese absoluto «materialismo» una reacción en contra de la creencia en la reencarnación (hay otros mundos más «reales», ya sea antes, después o en, a la manera de Platón, «ideales») según la tradición religiosa a la que pertenecen?  Porque sí, la desesperanza, la desilusión, no dejan de ser amor a la realidad: a la realidad como única verdad, por tanto. Desilusión es estar despierto, apreciar «lo que es», en palabras de Krishnamurti, y no conozco mayor y más real espiritualidad que esto.

MARROC

BENÍN

delhi

Marruecos, algunos países subsaharianos o la India pueden «decepcionar» a muchos viajeros: sucede cuando creemos que los lugares, como las personas, existen para cumplir nuestras expectativas.
Todo este discurso puede parecer pesimista, pero no lo es. Al contrario. Es absolutamente optimista por cuanto la fe en la realidad es mucho más factible de materializarse. De hecho, comúnmente se utiliza mal el término «positivista», ya que se emplea como sinónimo de «optimista». Es un error habitual, cuando «positivista» proviene del latín, «positum», «lo que está puesto», es decir, lo existente. Positivismo es, por tanto, materialismo. Materialismo en el sentido positivo: en aceptar (y apreciar) únicamente lo que hay.

Efectivamente, la etimología nos dice mucho. «Esperanza» proviene del latín, «spes», que es la misma raíz que «espectáculo» y «espejo», lo cual me lleva a una reflexión: cuando salimos a buscar otros mundos, a tener otras experiencias, a visitar otros lugares, buscamos lo espectacular, y lo hacemos con esperanza. La posible decepción hacia eso no es más que un espejo que nos pone a nosotros mismos delante: en el fondo, íbamos a ver algo totalmente filtrados por nuestras imágenes previas. Si el lugar no es como esperábamos, no es por el lugar, sino por lo que proyectábamos. La desilusión es algo que experimentamos nosotros, una imagen especular de nosotros. Y por ello es, como dice de Mello, un despertar.

Estas ideas se contextualizan dentro del mindfulness, que tiene su origen en la filosofía budista (¿No es de hecho la esperanza el aferrarse a algo?) pero se erige en algo universal. Por ello estas reflexiones se remontan a siglos atrás: no es solo propio del pensamiento actual, ya sea oriental, como estos «hinduístas» o, como Comte-Sponville, occidental. De hecho, y sobre este segundo, encontré esta frase tan inspiradora al leer el «De la consolación de la filosofía», de Boecio (año 480 dC): «Ahuyenta el temor, desecha la esperanza y desaparecerá el dolor». Desecha la esperanza, decía el escritor romano. Si tantas culturas durante tantos siglos han hablado de esto es que debe de tener algo de verdad.

pnom penh

Monjes budistas en Pnom Phen (Camboya)

 
Acabo de nuevo con Compte-Sponville quien, en otro libro suyo, «El placer de vivir», afirma que «lo real no falta nunca. Por ello la felicidad de desear, que es amor, vale más que el deseo de felicidad, que es esperanza». O, dicho en mis palabras: el amor verdadero, es decir, el amor a lo real (en el caso que nos ocupa, a un lugar al que viajamos), vale mucho más que nuestro deseo y esperanza de cómo será ese lugar y la esperanza depositada.

Sí, conocer muchas cosas en un viaje, lo que llamamos «conocer otras culturas», no nos hace más sabios. Acumular conocimientos y experiencias no nos hace más sabios. Ese lugar visitado es la única realidad de ese sitio. Lo que nos hace más sabios es reconocernos a nosotros cuando, dominándonos, aceptamos esos lugares y lo que nos ofrecen exactamente tal como son. Sólo así, si no nos dejamos llevar por el juicio, harmonizándonos con esa (la única) realidad, si somos dueños de nosotros mismos evitando la esperanza y la desilusión, seremos sabios y, sobre todo y más importante, seremos libres.

 

Foto de cabecera: puesta de sol en Hanoi (Vietnam)

4 respuestas a «Desesperanza, decepción y viaje»

  1. Muy cierto lo que planteas; cada uno viaja en función de sus gustos, intereses, maneras de ver la vida, etc.. Y está muy bien. Quizá si nos dejamos en casa las disyuntivas «bonito-feo», «mejor-peor», «bueno-malo» y demás, sabremos aprehender mejor la realidad del lugar que visitamos, sin más. Y es difícil que ese hecho tan sencillo -que no simple- no nos haga disfrutar de cualquier parte.

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