Referentes literarios en Angola e Islandia

No podrían ser países más diferentes. Por un lado, Angola, independiente de Portugal solo desde 1975, y con una guerra civil que duró más de la mitad de su breve historia como lugar descolonizado. Islandia, por su parte, independiente de Noruega desde hace siglos, modelo de economía avanzada y bienestar social. El país africano es tan rico en petróleo como rico en la corrupción que se deriva de él. Islandia, también rico en energía, en su caso geotérmica, es un modelo de transparencia que no dudó en juzgar a los políticos y banqueros que le llevaron a la bancarrota en 2008. Hay árboles en Islandia, pero no muchos. Es más bien tierra de fuego y hielo. Había muchísimos antes, pero los primeros colonos, hace un milenio, acabaron con ellos. En Angola, tierra verdísima -el desierto del Namib ocupa una parte muy pequeña- está el baobab más grande del mundo. La deforestación es actual, puesto que más de la mitad de los hogares utilizan carbón.

En ambos países acabo de estar recientemente, y en ambos me he sorprendido porque he visto cosas nuevas. Cuanto más viaja uno, menos se sorprende. Prácticamente solo es posible cuando se ven cosas nuevas. Se compara con lo ya conocido, es inevitable. Una catarata, por muy increíble que sea, lamentablemente no te deja con la boca abierta si antes has visto otra más espectacular. Es triste, pero se da casi siempre. Por ello uno se sorprende solo cuando ve cosas que no puede comparar con lo anterior, y esto es posible en estos dos países, que parecen de otro planeta, y perdón por el cliché. En Islandia, con la naturaleza. Montañas de colores imposibles y paisajes únicos de glaciares y tierra volcánica. En Angola, con la antropología. Tribus que viven como hace 10.000 años. Que visten como hace 10.000 años. Que hacen fuego con piedras y metales, y que por la noche, como no hay más luz que la de esa hoguera y la de la luna, solo pueden explicarse historias los grandes, jugar los pequeños y bailar las jóvenes. Digo «solo» pero ese «solo» es mucho.

Joven de la tribu Muila

Jóvenes de la tribu Mutua

Angola e Islandia me han sorprendido. Y me han ofrecido también la posibilidad estar in situ en dos lugares literarios: uno, de un referente, Ryszard Kapuscinsky. Otro, de una referencia, la de Jules Verne en «Viaje al centro de la tierra».

Quien ha leído mi primer libro, “Tripfulness. Seis años de viajes en solitario”, sabe que para mí el reportero polaco es todo un referente. Su estilo, mezclando la historia de cada país que cubrió como reportero, así como el contexto del momento, con los testimonios de las personas que se iba encontrando, me marcaron mucho. Rigor y a la vez emoción. Cuando viajé a Irán llevaba conmigo “El sha”. Cuando estuve en Etiopía, “El emperador”. Y cuando visité Georgia, “El imperio”. Su libro “Un día más con vida”, sobre la guerra civil de Angola, estuvo en la estantería de mi comedor durante años. Hasta que por fin lo rescaté este verano, y me acompañó en mi viaje a Angola. Y no solo eso: Kapuscinky pasó tres meses en el Hotel Tívoli de Luanda cubriendo esa guerra. Y yo quise alojarme en ese mismo lugar, un lugar que dudo que haya cambiado mucho. La estética setentera es inconfundible. Quizás lo único diferente es que ahora hay un cartel en el que se prohíben las armas.

Por otro lado, los protagonistas de «Viaje al centro de la tierra» de Verne, un geólogo algo chiflado, su realista y algo escéptico sobrino y un abnegado y fornido islandés, entran por el cráter del volcán Snaefelss, al oeste de Islandia, para ir a buscar el mismo centro del planeta. Ese lugar es una referencia viajero-literaria importante, y más para alguien como yo, que parece obsesionado con ir a buscar centros del mundo, ya sea el histórico-geopolítico (Oriente Próximo) o ya sea geográfico (Isla de Rolas, en Sao Tomé y príncipe, que está en las coordenadas 0,0 ya que ahí se cruzan el ecuador y el meridiano de Greenwich).

Y así como estuve en la recepción del Tívoli de Luanda, también quise ir hasta el volcán islandés, aunque no me atreví, en esta ocasión, a meterme por su cráter.

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