Canaima, el mundo antes de ser mundo

Los tepuyes dan a quien navega por el río Churum la sensación de estar en una especie de mundo perdido. O, mejor dicho, en el planeta antes de que fuera conocido como tal. Son montañas con la cima plana y las paredes totalmente verticales, y su parte superior emerge entre las nubes. Todo ello nos hace creer que vemos la Tierra antes de que se formara de la manera que es actualmente. Como si hubiéramos viajado en el tiempo a millones de años atrás, y las montañas todavía no hubieran acabado de crecer y las nubes todavía no hubieran acabado de subir.

Los tepuyes son el elemento geológico más característico del Parque Nacional de Canaima, en Venezuela. Y su atracción principal es el Salto Angel, la catarata más alta del mundo, con casi un quilómetro de altura. Su nombre, mal que pese a quien crea que se bautizó así para darle un toque literario o incluso fantástico, no tiene nada que ver con el salto de ningún ser sobrenatural alado. Se bautizó de esta manera porque el aviador estadounidense James Crawford Angel, en 1937, se estrelló en la cima del Auyantepui, el tepuy del que nace la catarata, y fue  así quien dio a conocer al mundo esta maravilla de la naturaleza.

Al Parque Nacional de Canaima solo puede accederse en avión. Hay vuelos directos desde Caracas y desde algunas otras ciudades venezolanas. Después hay que hacer cinco horas más en canoa por el río Churum hasta llegar al Salto Angel. En temporada de lluvias, de abril a noviembre, este río es perfectamente navegable e incluso hay rápidos peligrosos. Fuera de estos meses, a veces hay que bajarse y empujar debido a la escasez de agua. La visión de la catarata, tras esas cinco horas navegando entre tepuyes, es impresionante. Emerge poderosa y todo el que la ve se queda sin palabras. Quedarse a dormir en una hamaca y despertarse al día siguiente viendo el salto justo delante es una experiencia difícilmente olvidable. Con todo, así como el viajero parece encontrase en un mundo en formación, un mundo prehistórico situado en un lugar en el tiempo donde el planeta aún se estaba creando, hay otro mundo, el de los habitantes del lugar, que está en peligro de desaparecer.

“Nuestros abuelos vivían mucho mejor”, explica Jesús Castro. Jesús es pemón, la etnia originaria de esta zona de Venezuela, y trabaja para una de las escasas agencias indígenas que hay en el parque nacional. Necesitan los ingresos del turismo pero a la vez intentan mantener sus costumbres ancestrales, algo difícil cuando la mayoría de empresas instaladas en el parque tienen la sede en Caracas y han construido hoteles de lujo en el parque.

El aislamiento de Canima antes era una bendición para los pemones. Vivían de lo que cultivaban, pescaban y cazaban. Con la llegada del turismo, los jóvenes prefirieron adaptar el modo de vida occidental, y la forma de vida de los pemón cambió. Ya no cosechan ni recolectan, con lo cual lo que consumen tiene que ser traído en avión, y los gastos se disparan. Lo que era una bendición ha pasado a ser una maldición. Al problema estructural de Venezuela, que al ser uno de los países más ricos en petróleo no fomentó una economía productiva, teniendo que importar casi todos los bienes a un precio alto, se le une el propio aislamiento del parque. Así, si en Caracas un paquete de arroz o de azúcar ya es caro, ya que cuesta más de dos dólares, en Canaima sube hasta los tres dólares. Algo difícilmente asumible.

No sólo se está perdiendo la forma de vida. También la cultura. Jesús habla pemón con sus padres, pero sus dos hijas apenas entienden este idioma indígena que, a no ser que haya algún cambio, se perderá para siempre. Él intenta mantener la cultura de sus ancestros, y también su forma de vida. Le gusta salir a cazar tapires o venados. Usa el arco y las flechas untadas con barbasco, una planta tóxica, para capturar animales pequeños, así como la cerbatana. Jesús se siente más pemón que venezolano. “Somos venezolanos, pero sobre todo somos originarios. Y nos duele que gente de fuera se esté apropiando de lo nuestro”.

Canaima, con sus tepuyes emergiendo entre las nubes y sus cataratas, parece otro mundo. Un mundo que ya no existe. El deseo de los pemones, que llaman al salto Angel Kerepakupai vená, que significa «salto del lugar más profundo» en una lengua que se está perdiendo, esperan que su mundo no se extinga. Que, como el río Chucum y la propia catarata, resurjan y vuelvan a fluir después de la época seca.

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