Lo que sucedió con los tres turistas asesinados el 17 de mayo en Afganistán me tocó de cerca. Me tocó porque podíamos haber sido yo y los compañeros con los que viajé a este magnífico país hace menos de un año. Sucedió en la calle principal de Bamiyán, por la que pasamos decenas de veces hace muy poco.
Lo que sucedió me tocó, y lo que ha publicado la mayoría de la prensa de este país me ha indignado. Les tacharon de inconscientes y se ensañaron injustamente con el director de la agencia que los llevó, Joan Torres, amigo mío.
Más gente murió en el atentado de las Rambles de Barcelona y España sigue recibiendo millones de visitantes cada año. Desde que los talibanes llegaron al poder, hace casi tres años, no había sucedido nada. Francia está en el nivel máximo de alerta terrorista por la amenaza del yihadismo y es el país que más turistas recibe en todo el mundo.
Lo que pasó en Afganistán fue un hecho absolutamente puntual, aislado y fruto de la mala suerte, pero rápidamente saltó la prensa y, lo que es peor, la mayor parte de la población, a criticarlos. Y a decir que sus impuestos no sirven para cubrir los gastos de repatriación de unos inconscientes. Seguramente consideran que sí sirven para cubrir los gastos de sanidad cuando muchos de ellos tienen accidentes de tráfico por conducir de forma temeraria o cuando no directamente borrachos. O por tener problemas de salud por ingerir comida basura o fumar. O por cualquier otro motivo que provoca miles de muertes al año, y no sólo tres, como en este caso. ¿Cuánta gente muere de enfermedades como consecuencia de haber actuado imprudentemente? Centenares de miles.
Mención aparte para los que consideran que visitar Afganistán es legitimar a los talibanes, un error frecuente en el que se equipara gobernados y gobernantes. El 90% de los afganos está en contra de los talibanes, e igual proporción de iraníes está en desacuerdo con el régimen teocrático de los ayatolás. Y lo mismo con los venezolanos, que desaprueban en masa a Maduro. Y casi todos ellos quieren que llegue gente al país, para que puedan expresar su opinión a los visitantes y, además, contribuir al comercio local. Pero esto la gente que ha criticado a los muertos en Afganistán no lo sabe, y a la prensa no le interesa decirlo. Yo lo sé porque he hablado con muchísima gente de esos lugares en mis viajes. Supongo, en cambio, que si viajas a Nueva York no legitimas unos Estados Unidos que son el único país occidental que todavía aplica la pena de muerte y que ha causado un gran número de guerras y golpes de Estado en los últimos 50 años. Y quien viaja a Suiza no legitima un paraíso fiscal. Si nos ponemos así, no se salva ni un solo país. La única diferencia es que en todos los mencionados al principio, quien está en el poder tiene las armas, y la gente no tiene tanta suerte como nosotros. Esa es la única diferencia, no el peligro ni el riesgo de visitarlos.
La vanguardia titulaba “Turismo en países en conflicto, entre la aventura y la inconsciencia” un lamentable artículo sobre lo sucedido. No se daba voz en absoluto a ningún viajero, y estoy seguro de que alguno de los mediáticos hubiera estado encantado de dar su opinión, como ya han hecho en otros medios, seguramente para aumentar su visibilidad. En el artículo sólo se citaba a algún docente universitario relacionado con algún estudio turístico (¿qué sabrá realmente esta persona de la realidad de los viajes a estos países?) y algún representante del Ministerio de Exteriores. Pues bien, yo no me considero un inconsciente. Nunca he ido a un país en guerra ni en conflicto, y de hecho no me considero ni un aventurero. Me considero alguien muy prudente. No hago parapente, ni puénting, y ni tan siquiera fumo, actividades que provocan más muertes al año que visitar países “en conflicto”. Soy inquieto, no inconsciente. La diferencia es abismal.
Me escribió un periodista del ABC para hacerme una entrevista para un artículo sobre lo sucedido. Me preguntaba qué me motivó para ir a Afganistán. Le hubiera dicho que visité el país porque me fascina su cultura, fruto de la convergencia de civilizaciones tan apasionantes como la griega y la budista, o la persa y la musulmana. Que Afganistán es un lugar geoestratégicamente clave en el mundo, un país apasionante por su riqueza étnica e histórica. Que es un lugar con gente acogedora y hospitalaria. Le iba a decir todo esto, aunque quizás él esperaba que le dijera que fui porque me encanta la adrenalina y la sensación de peligro. Al final preferí no decir nada. No tengo que convencer a nadie y menos a una mayoría que no quiere ser convencida. ¿Por qué no me escribieron cuando visité el país y no me pasó nada? No quise contestar por muchos motivos. Que fuera un periódico de ultra-derecha tampoco ayudó, la verdad sea dicha. Otro medio también quiso entrevistar a mi amigo y compañero de viaje en Afganistán y en Venezuela Ivan Faure quien, con el mismo criterio, declinó hacer declaraciones. No lo hizo por respecto a las víctimas y a Joan Torres. Tampoco quiso dar cancha en un juego que no tenemos nada que ganar porque no es nuestra competición.
Lo que les sucedió a los turistas en Afganistán fue un hecho aislado y de muy mala suerte. He estado en Siria, en Irák, en Irán (que desde la ignorancia absoluta los periodistas han metido en el mismo saco que los dos anteriores), en Sudán, en Nigeria, y en Burkina Faso y nunca percibí peligro. Acabo de llegar de estar cuatro días en las favelas de Caracas y tampoco. Posiblemente mañana vaya al Raval y me peguen un navajazo. El mayor peligro de viajar a países “en conflicto” (y lo pongo entre comillas a propósito) para todos esos que critican es que, si van, quizás se derrumben sus prejuicios sobre esos lugares. Y eso no es nada bueno para quien está situado en el confort de la visión única. Es fácil criticar, y es muy difícil ponerse en la piel del viajero que lo único que quiere es conocer los otros mundos que hay en este y ver que la gente por lo general es buena por naturaleza en todos los países de este planeta. En todos ellos.


Es muy interesante todo lo que cuentas en este post!
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¡Muchas gracias!
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